La enseñanza de la Historia Universal en las llamadas escuelas secundarias deja aún mucho que desear. Pocos profesores comprenden que la finalidad del estudio de la Historia no debe consistir en aprender de memoria las fechas y los acontecimientos, o a obligar al alumno a saber cuándo ésta o aquella batalla se realizó, cuándo nació un general o un monarca (casi siempre sin importancia real), o cuándo un rey puso sobre su cabeza la corona de sus antecesores. No, esto no es lo que se debe tratar.
Aprender Historia quiere decir buscar y encontrar las fuerzas que conducen a las causas de las acciones que escrutamos como acontecimientos históricos.
El arte de la lectura, como el de la instrucción, consiste en esto: conservar lo esencial, olvidar lo accesorio.
Fue quizá decisivo en mi vida posterior el tener la satisfacción de contar como
profesor de Historia a uno de los pocos que la entendían desde este punto de vista, y así la enseñaban. El profesor Leopoldo Pótsch, de la Escuela Profesional de Linz, realizaba este objetivo de manera ideal. Era un hombre entrado en años, pero enérgico. Por esto, y sobre todo por su deslumbrante elocuencia, conseguía no sólo atraer nuestra atención sino imbuirnos de la verdad. Todavía hoy me acuerdo con cariñosa emoción del viejo profesor que, en el calor de sus explicaciones, nos hacía olvidar el presente, nos fascinaba con el pasado y, desde la noche de los tiempos, separaba los áridos acontecimientos para transformarlos en viva realidad. Nosotros le escuchábamos muchas veces dominados por el más intenso entusiasmo y otras profundamente apenados o conmovidos. Nuestra aprobación era tanto mayor cuanto este profesor entendía que debían buscarse las causas para comprender el presente. Así daba, frecuentemente, explicaciones sobre los sucesos de la actualidad diaria que antes nos sembraban la confusión. Nuestro fanatismo nacional, propio de los jóvenes, era un recurso educativo que él utilizaba a menudo para completar nuestra formación más deprisa de lo que habría sido posible por cualquier otro método.
Este profesor hizo de la Historia mi asignatura predilecta. De esa forma, ya en aquellos tiempos, me convertí en un joven revolucionario, sin que tal fuera el objeto de mi educador. Pero, ¿quién con un profesor así podía aprender la historia alemana sin transformarse en enemigo del gobierno que tan nefasta influencia ejercía sobre los destinos de la Nación? ¿Quién podía permanecer fiel al Emperador de una dinastía que, en el pasado y en el presente, sacrificó siempre los intereses del pueblo germánico en aras de mezquinos beneficios personales? ¿Acaso no sabíamos que el Estado austro-húngaro no tenía ni podía tener afecto por nosotros los alemanes?
Adolf Hitler, "Mi lucha"
No creo que tengamos elementos de juicio para culpar a sus padres del camino que Adolf siguió, pero este profesor sí que sembró en él unas ideas de nacionalismo excluyente y racista contra los pueblos eslavos que estaban "diluyendo" la sangre alemana del Imperio Austro-Húngaro. Por supuesto, los alemanes étnicos debían unirse al Imperio Alemán del Kaiser Guillermo.
Leopold se retiró en 1919 y colaboró con los grupos paramilitares de extrema derecha austríacos, los llamados Heimwehr. Cuando se entera de que su ex-alumno Hitler le menciona en su libro comienza una relación epistolar con él.
Leopold vivió para ver la guerra, y murió en octubre de 1942 sin conocer su desenlace. Recibió un funeral de estado.
Un saludo a los profesores de secundaria que lean esto.
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