13 diciembre 2014

La rama dorada (11): Deméter

Proseguimos con el resumen de esta obra magna de la antropología, que pueden ustedes consultar mediante la etiqueta "rama dorada".



Deméter y Perséfona

Frazer compara el mito de Deméter y Perséfona con el mito sirio de Afrodita (Astarté) y Adonis, el mito frigio de Cibeles y Atis, y el egipcio de Isis y Osiris. Una diosa llora la pérdida de su amado que personifica la vegetación, concretamente el cereal, que muere en invierno y revive en primavera... Sólo que en la versión griega será una madre llorando por su hija.

La juvenil Perséfona se encontraba recogiendo flores del campo, cuando se abrió la tierra y Plutón, el Señor de los Muertos, surgió del abismo y la raptó en su carro dorado para que fuese su desposada y reinara en el tenebroso mundo subterráneo. Su afligida madre Deméter, la buscó por tierra y por mar, hasta que conoció por el Sol la suerte de su hija y se retiró encolerizada contra los dioses en Eleusis, donde se presentó a las hijas del rey con la apariencia de una anciana sentada bajo la sombra de un olivo junto a un pozo. Encolerizada, no permitió que germinasen las semillas en la tierra y juró que no lo consentiría mientras su hija no le fuese devuelta.

El género humano se abocaba a la extinción y los dioses se habrían visto privados de los sacrificios que les son debidos si Zeus, alarmado, no hubiera ordenado a Plutón devolver su esposa a su madre Deméter. Así lo hizo el dios de los muertos, pero antes brindó a su amada una granada para que comiera, con la que le aseguró que volvería a él. Zeus entonces decretó que Perséfona habría de pasar dos tercios del año con su madre y los dioses en el mundo superior, y un tercio con su marido en el mundo inferior.

El rey de Eleusis fundó los misterior eleusinos en honor de este suceso, y el que no ha participado de ellos en vida nunca será feliz en la muerte.

Un escritor cristiano del siglo II, Hipólito, escribe que la verdadera esencia de los misterios consistía en mostrar a los iniciados una espiga de cereal. Frazer deduce que ambas diosas personifican el cereal, el grano viejo y el grano nuevo, y añade que en el arte antiguo ambas llevan coronas de espigas y portan cañas de cereal en las manos. Así como la semilla el hombre es enterrado en espera de una nueva vida.

Cuan profunda era la fe en Deméter como diosa del grano, puede juzgarse por cómo esta fe persistió hasta comienzos del siglo XIX, cuando los ingleses robaron una estatua de Deméter y los campesinos culparon a ello por sus malas cosechas.


La madre de las mieses y la doncella de las mieses en la Europa central

Frazer argumenta que el nombre Deméter pudiera provenir de una supuesta palabra cretense que significa "cebada", aduce otras razones como que la cebada era el principal alimento de los griegos en tiempos homéricos, y es uno de los cereales más antiguos en ser cultivado por los pueblos arios. Siguen unos testimonios de la Alemania rural sobre la figura de la "madre del grano" que hace germinar los campos y a veces se representa como una muñeca hecha con la última gavilla de mies y vestida de blanco. Incluso los segadores de una zona alemana apalean el último haz para echar de allí a la madre del grano.

Sigue con ejemplos de ritos campesinos similares, algunos ligeramente cristianizados porque llevan unas guirnaldas a la iglesia del pueblo. Los ritos dan importancia a si las personas que los realizan llevan un tiempo casadas o presagian que si la gavilla la agarra una moza se casará con un viudo. El estado civil es importante, así como la edad, y a veces la última gavila se llama "el viejo" o "la vieja". En otros lugares es "el niño" o "el hijo de la cosecha".

En algunas de estas costumbres la persona da su nombre al último haz, y se identifica el espíritu tanto con el haz como con la persona que lo ha segado. A veces trae mala suerte o burlas del resto del pueblo. En Escocia el último puñado de mies es "la doncella" y si la ha segado una persona joven piensan que es un presagio de que él o ella se casará antes de la siguiente cosecha, incluso recurren a trucos para conseguir ser el último en cortarla. El autor afirma haber estado presente en alguna de estas siegas.

Relata también otros ejemplos en los que el espíritu del cereal está personificado en forma masculina y femenina, y en otros en doble forma femenina, joven y madura, volviendo al tema de Perséfona y Deméter. Relaciona la edad atribuída al espíritu con la edad del cortador, con la costumbre de sacrificio humano de los antiguos mexicanos, en la que la edad de las víctimas variaba según la edad del maíz.

Entre las señales de ritual primitivo Frazer anota lo siguiente:

1. Ninguna clase especial de personas se señala para realizar los ritos: en otras palabras, no hay sacerdotes.

2. Ningún lugar especial se señala para realizar los ritos: no hay templos.

3. Se reconoce espíritus, no dioses. Sus operaciones están restringidas a partes definidas de la naturaleza, sus nombres son generales, sus atributos genéricos, no tienen individualidad ni tradiciones sobre su vida, aventuras, y carácter.

4. Los ritos son mágicos, no propiciatorios. Las cosas deseadas no se obtienen propiciando el favor de los dioses por medio del sacrificio y la oración, sino que las ceremonias influyen directamente en el curso de la naturaleza mediante similitud entre el rito y el efecto deseado.

A continuación se describe a la madre del maíz en América, y a la madre del arroz en las Indias Orientales. En estos pueblos más "atrasados" se revelan con más claridad los motivos originales de estos rituales. Luego nos habla de los cantos de segadores, y de la occisión del espíritu del cereal.

Según la leyenda un rey de Frigia llamado Lityerses acostumbraba a segar las mises y tenía un apetito enorme. Cuando un extranjero entraba en sus mieses o pasaba por allí, el rey le daba de comer y beber, y después le obligaba a competir con él a segar las mieses. Luego lo envolvía con una gavilla y le cortaba la cabeza con una hoz, hasta que compitió con Hércules, que le mató a él de la misma manera y tiró su cuerpo al río.

De ahí deduce Frazer que los frigios podían capturar forasteros, considerarlos personificaciones del espíritu del cereal, decapitarlos, y arrojarlos al agua como hechizo para la lluvia. Lo justifica después repasando los ritos antes expuestos. Siguen varias páginas sobre sacrificios humanos para las cosechas, y otras tantas de sacrificios animales, que retomaremos en un próximo artículo.

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